29 de gener, 2007

Sabor amargo


Las nubes se esforzaban
en mantener la lluvia a raya.
La tristeza del día se contagiaba.

Nuestros cuerpos necesitaban algo de calor,
tonificarse para ahogar las penas.
Nos sentamos en una terraza
a tomar té.

Conversamos, como no,
de cosas tristes:
del mundo en sí,
de nuestras vidas,
de aspiraciones,
de trabajo,
de viviendas,
de familia,
una carambola de calamidades,
todo bastante crudo
y nada apetecible.

Llegó el té hirviendo.
Aquello nos reconfortaría.

Lo probamos,
sabía amargo.

Levantamos la vista
buscando un poco de azúcar
pero un mono astuto
se lo había llevado.