07 de setembre, 2008

El joven de la parada del bus

Les quedaba un buen trote aún con el autobús, pero tenían la suerte de estar sentados en la primera fila del segundo piso. La vista era más gratificante desde ahí y aunque era de noche, el tráfico intenso y las calles estrechas de Londres los mantenían ocupados. El conductor era brusco y, cada vez que aminoraba para cargar y descargar a más gente, apretaba el pedal del freno como si estuviera atascado. Los cuerpos de todos los ocupantes se inclinaban hacia delante y, cuando el bus se detenía por completo, se echaban para atrás ocupando su posición inicial. Aquello les hacía reír y el tiempo les pasaba más deprisa. Tanto Mireia como Jordi estaban contentos pensando en todo lo que habían visto y echo durante el día.

Mireia no había encontrado las botas de agua que quería para cuando lloviese. Hacía unos días la lluvia le había estropeado los únicos zapatos que se había llevado para el viaje y como eran de mercado ya los tenía medio rotos. Pero ella se decía, con el optimismo propio de una joven soñadora, no volverá a llover más, mis zapatos aguantarán hasta el final. Y aunque se había quedado sin botas había encontrado un babero en forma de pulpo que pensaba regalar a unas amigas que esperaban un bebé, y aquello la reconfortaba.

Jordi era todo lo contrario de Mireia. Por eso se llevaban tan bien. Él estaba satisfecho tarareando mentalmente la melodía de la última canción que había estado escuchando por la mañana mientras intentaba escribir unas líneas de una poesía inacabada. Daba por sentado que nunca la acabaría y que tendría que tirarla a la papelera, pero no le importaba, había borrado tantas páginas que no le gustaban que ya estaba acostumbrado.

El bus tumbó a la derecha y cogió la Tower Bridge Rd, siguió hasta llegar a una calle mayor llamada Tooley St., que más adelante se transformaba en la Jamaica Road, tumbó a la derecha de nuevo y volvió a detenerse a recoger gente. Jordi sacó la cámara y empezó a sacar fotos de ellos dos reflejándose en el vidrió frontal. Todas las fotos le salían movidas o borrosas, como era de noche, la luz que recibía el aparato era insuficiente para conseguir buenas instantáneas y las farolas de la ciudad que cada 25 metros brillaban justo delante de ellos no ayudaban demasiado. Jordi abrazó a Mireia y con la mano izquierda sacó una foto de ellos juntos que también salió borrosa. Sonrieron al verla y se dieron un beso con los ojos cerrados.

El bus se detuvo y Mireia abrió los ojos. Estaban en su parada y no se habían dado cuenta. Cogieron sus cosas y bajaron las escaleras corriendo. El bus cerró las puertas tras de ellos. Los dos se echaron a reír por lo absurdo de la situación. Estaban a 10 metros de la parada. Sus caras cambiaron cuando vieron dos coches de policías donde se supone que el bus tenía que parar. En el suelo, al lado del mástil informativo de la parada, había un joven negro rodeado de 8 policías bien uniformados que estaban quietos sin hacer nada. El joven estaba inconsciente. Uno de los policías se arrodilló y le tomó el pulso. Mireia y Jordi se alejaron. Jordi pensaba que el joven quizás estaba borracho o en coma etílico. Mireia primero pensó que se había mareado y luego se había desmayado, pero el hecho de que estuviera muerto cobró más fuerza en su mente. Caminaron hasta llegar a casa sin hablar. Lo que le ocurrió en realidad a ese joven nunca lo supieron.