06 de desembre, 2009

Ginecólogo Kojak

Mi buen ginecólogo me abría la puerta con un kojak en la boca.
Sonreía, giñaba su ojo izquierdo y me hacía pasar.
Hablaba de banalidades mientras me pedía sutilmente que me desnudara y me tumbara en la camilla.
Vamos a ver cómo está todo, decía, se frotaba las manos y se ponía los guantes de látex.
Yo miraba hacia arriba, las paredes eran blancas y agrietadas.
Introducía luego su Kojak en mi vagina.
Le daba unas vueltas, se lo metía en la boca y decía está todo bien, muy bueno, ya te puedes vestir.
Se sentaba en su mesa de costado y lamía y relamía el Kojak con una mano mientras se despedía con la otra.
Su sonrisa para nada era maliciosa.
Y yo salía de allí contenta y segura de no tener nada malo.