24 de març, 2008

El castigo

Cuando llegué ya había hecho de las suyas,
así que decidí darle un buen castigo.

Me bajé los pantalones,
cogí su cara peluda,
la acerqué a mi culo
y solté una ventosidad.

Pero el castigo fue demasiado lejos,
mi pedo iba con cola.

Su cara blanca se volvió marrón
y hasta yo tuve que alejarme
al evidenciarse aquel hedor.

Al gato no pareció
preocuparle demasiado.

Y empezó a lamerse la cara
como quién se la lava
con el agua caliente del grifo
al levantarse por la mañana.