Cuando llegué ya había hecho de las suyas,
así que decidí darle un buen castigo.
Me bajé los pantalones,
cogí su cara peluda,
la acerqué a mi culo
y solté una ventosidad.
Pero el castigo fue demasiado lejos,
mi pedo iba con cola.
Su cara blanca se volvió marrón
y hasta yo tuve que alejarme
al evidenciarse aquel hedor.
Al gato no pareció
preocuparle demasiado.
Y empezó a lamerse la cara
como quién se la lava
con el agua caliente del grifo
al levantarse por la mañana.
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