12 de febrer, 2007

Bus dirección a Patong


A pleno sol y por la tarde
un viejo bus coloreado iba dirección a Patong,
antes una bellísima playa.

Sentada, tímida y coqueta
una chica se estaba peinando
con un pequeño peine color rosa.

El bus se detenía y una horda de niños apelotonados
subía, corriendo y con prisa, con la alegría propia
de quién ha dado ya por finalizado el colegio.

La niña del peine rosa se fijaba sonrojada
en un chaval pecoso que la miraba con halago y descaro
y empezaba de nuevo a peinarse.

El conductor pisoteaba a fondo el pedal,
el tubo de escape escupía humo negro,
la velocidad de repente se advertía.

Los que de pie estaban se agarraban,
los más traviesos se peleaban
y un perro faldero husmeaba un pie vecino.

Alcanzaba luego los ciento veinte
y la niña se las tenía con el viento,
muy hábil estorbando sus cabellos.

Siguiente parada e intercambio de sillas.
Una joven con falda corta
entraba en escena.

El revisor le cedía paso en la escalera
y tumbando un poco su cadera
le cobraba en especias.

Aquel estudiado y agudo detalle
escandalizaba a la niña maja
y enseguida el peine rosa asía.

Se supone, quizás,
que el color oscuro de las bragas,
por atrevido, le disgustaba.


En la radio sonaba a destajo
Abanibí en versión Thai
y la niña del peine se desmelenaba.

Suerte que la canción,
su preferida, era corta
y el peine estaba cerca.

Un turista gordo y feo
sobaba gradualmente y desahogadamente
a medida que el bus aceleraba,

las nalgas de su joven acompañante,
mujer guapa, de mirada escondida,
y, a caso, faltada de escote.

La niña rosa, vestida de cómic manga,
agarraba a un bebe buscando el consuelo
que el peine rosa no sabía dar a su pelo.

Pero pronto la madre lo reclamaba,
las puertas se abrían
frente a su parada.

Y otra vez en marcha.
Al final de la recta, otra curva,
y la niña a su peine aferrada.