30 de desembre, 2006

Una noche terrible

Estaban cansados después de haber pateado varios pueblos de su alrededor y deseaban coger la cama y esposarse a ella.
Todo era oscuro, propicio y parecía que iban a disfrutar de unos buenos sueños.
Luego aquel ruido.
Al principio hicieron como si nada.
En una noche de invierno entre palmeras y una suave brisa pueden oirse muchas cosas.
Pero aquel sonido desconocido insistió demasiadas veces.
El abrió la luz y se hizo el silencio.
Analizó con severo esmero toda la habitación.
Debajo las mesas, la cama y los armarios.
Nada.
Ella confesaba estar un poco asustada.
Él se dió por vencido al no ver nada fuera de lo común y se tumbó en la cama echando mano de una linterna algo desconfiado.

Un silencio momentaneo.
Diez segundos fueron suficientes para que él encendiera la linterna.
Y allí estaba.
Una rata del tamaño de un gato encima de la columna central de madera que sostenia el techo.
Él intento asustarla haciendo pequeños ruidos pero parecía como si la rata fuera sorda o careciese de oidos.
Decidió seguir sus pasos con la linterna a ver si así conseguía cansarla.
Eso pareció funcionar.
La rata se metió por un agujero que llevaba a la habitación contigua.
Por fin tranquilos.
O almenos eso creían.
Otro ratón cabrón volvía a hacer de las suyas.
Estaba claro que aquella noche no iban a dormir solos.

A veces uno se cree amo y señor de su paciencia hasta que esta demuestra todo lo contrario.
La luz ya volvía a estar encendida y él de pie, desnudo, observando enfadado hacia arriba.
Si tuviera una..., penso.
Y alli estaba, encima de la mesa.
Una bola de malabares llena de piedras.
Ahora le iba a dar su merecido.
Cogió la pelota, apagó la luz y se posicionó esperando que la rata se delatara.
Ruido.
Linterna enfocando cual preso que huye de la cárcel.
Con todas sus fuerzas lanzó la pelota.
Le dió de lleno.
Y vaya si le dolió...

Estuvo varios minutos chillando decrépita y angustiosa.
Cuesta creer que no cayera al suelo.
Al final, la rata, dándose por perdida, se largo dejando un silencio abrumador y consolador.
Por fin tranquilidad.
¡Vaya noche!
Él se tumbó, macho y orgulloso de ganar la batalla.
Cerro los ojos mostrando media sonrisa en la comisura de sus labios que ya preparaban un primer y alentador ronquido.
Son ya, quizás, las cuatro de la manana, más o menos.
En la habitación contigua empieza a sonar un teléfono.
Un hombre grande de voz grave y fuerte responde.