Por la noche la sirena del coche de bomberos
le despierta justo cuando más sueña.
A lo lejos, más allá de las colinas,
se distingue entre la oscuridad la bruma de humo
que se ahoga en el cielo y ciega a la luna llena.
A la mañana siguiente enciende la tele
y escucha las noticias del día entre sorbo
y sorbo de un café cortado.
Se están quemando los bosques de medio mundo
pero a él poco le preocupa, sabe que no está
en sus manos el destino de aquellos árboles.
A mediodía, cuando los rayos de estío
encienden las cabezas vacías, cuando
los pronósticos aconsejan no salir a la calle,
él coge su toalla, su crema protectora, su paraguas y
se dirige a la playa, donde se tumbará
junto a las demás carnes y se irá dando vueltas,
cada media hora, como un cocinero en plena barbacoa.
Sabe que si en algún momento su piel arde
se sumergirá en el agua salada y aprovechará
para ver cualquier culo con bikini que levante,
una vez más, la oscilante temperatura.
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