La vecina de arriba abre las puertas de su balcón
y empieza a cantar a viva voz.
Nosotros estamos comiendo justo debajo
acompañados de un filo hilo musical.
Por unanimidad decidimos apagar la radio
y darle una oportunidad a la nueva inquilina.
En efecto, tiene un chorro de voz,
aunque está por depurar.
Tiene un largo camino por delante
si quiere llegar a ser alguien.
Cuando termina la segunda canción,
todos los comensales aplaudimos.
La vecina nos oye y deja de cantar,
supongo que bastante ruborizada.
La pobre chica aún no está preparada
para las grandes masas.
Otra vez será.
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