Cuando se despertó estaba justo a su lado
observándole con una sonrisa malévola
en la estrecha comisura de sus labios.
Intentó darle un puñetazo en toda la cara
pero ella lo esquivó habilidosamente.
La ignoró y se fue a la cocina,
abrió la nevera, cogió una cerveza
y volvió a cerrarla.
Y allí estaba otra vez,
mirándole, riéndose de él,
señalando imperativamente
con su dedo arrugado.
Abrió un cajón y cogió un cuchillo.
Esta vez voy a acabar con ella, se dijo.
Le dio tres navajazos certeros
dejando hundida toda su ira
y ella se echó a reír a carcajada limpia.
No había sangre, ni nada.
Solo tres agujeros en la pared
demostraban lo sucedido.
Salió de la cocina
intentando olvidar lo ocurrido.
Y otra vez la misma forma
al fondo del largo pasillo
observándole pacientemente
con su mirada acusativa.
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